Entre los arquitectos no faltan los pintores, aunque no sean muchos los que tornen el tiralíneas por el pincel. Tampoco es frecuente ver a pintores rediseñando edificios y buscando el contraste o los conflictos que la construcción no poseía para aportar belleza o enfrentarse al dogma racionalista con la voluntad de mejorar la imagen de la ciudad y su urbanismo. La visible intención de Prada.
De factura expresionista, en línea con las anteriores exposiciones de este artista, Arquidés ofrece una muestra de 22 cuadros sobre el patrimonio arquitectónico vigués, que quiere ser un homenaje al pasado, una celebración del presente y un desafío para el futuro de la ciudad, escribe Ignacio Ferreras, el comisario de la exposición.
Dejando a un lado la posibilidad de realización, la muestra sorprende y agrada, tanto por la pincelada elegante y suelta, la armonía de la composición y la fantasía onírica, como por la reivindicación de la pintura, tan postergada hoy por lo que está fuera del cuadro, el proceso de creación o el debate existencial sobre las razones de la pasión humana.
Para ello, sin perder la identidad de los edificios, Prada deforma la perspectiva, curva las líneas rectas, transgrede la gravedad, opone elementos racionalistas y metafóricos con las estructuras historicistas o eclécticas para aportar dinamismo y levedad a los señeros edificios, como una alegoría del deseo humano por transcender los límites que las leyes físicas imponen.
Prada seduce y conmueve, no tanto por su apuesta deconstructiva o por su apropiación poshistórica, sino por ofrecer una opción fantástica y bella al conocido escenario. Sobre las alas de los geniales arquitectos, transporta al espectador hacia un mundo imaginario en el que sus recuerdos de infancia se funden con la deslumbrante imagen de una ciudad futurista, más allá del tiempo y del espacio gravitacional, más allá de lo aceptado y sabido.